La principal
preocupación de nuestros políticos —más allá de servir a los ciudadanos y
lidiar con la crisis económica— es conseguir el poder, mantenerlo luego y
recuperarlo en el caso de haberlo perdido.
Por eso están siempre
pendientes de la próxima cita electoral. Es lo que explicaba Alfonso Guerra cuando ostentaba el
máximo poder dentro del PSOE: “Las elecciones se empiezan a preparar al día
siguiente de haberse celebrado las anteriores”.
No es de extrañar,
por consiguiente, que unos y otros estén pensando ya en los comicios
autonómicos de 2015 y en las elecciones generales que vendrán a continuación.
No se trata, además, de una fecha muy lejana, ya que según algún analista “lo
más probable es que se adelanten ambas convocatorias, porque con el
agravamiento de la crisis no hay Gobierno que resista”.
Los hechos le dan la
razón. Casi todos los partidos en el poder, del signo que sean, han venido
perdiendo el Gobierno durante los últimos años: Gran Bretaña, Irlanda,
Portugal, España…
Ni siquiera alguien
tan carismático como Barak Obama
tiene asegurada la reelección frente al errático candidato republicano Mitt Romney. Según el especialista
demoscópico Robert Kuttner, las
secuelas de la crisis económica norteamericana —más leve que la que padece
Europa— podrían acabar pasándole factura.
Con estas
consideraciones de por medio, llega el congreso del PP de la Comunidad, en el
que Alberto Fabra debe afianzar su
precario liderazgo y preparar el camino para su reelección al frente del
Consell. En ese proceso resulta clave el nombre del próximo secretario general
del partido y se explican, entonces, las guerras para que sea uno u otro el
designado.
Todos los interesados
coinciden en que la persona deseada por Fabra es el conseller Serafín Castellano,
pese a la oposición de Rita Barberá,
con su propio candidato, Jorge Bellver,
y de Alfonso Rus, con el suyo, Vicente Betoret.
Esos rifirrafes evidencian
la importancia de un cargo en el que Castellano haría bascular el poder que hoy
ostentan la alcaldesa de Valencia y el presidente de la Diputación en favor del
inquilino del Palau.
De no acceder al
cargo el conseller de Gobernació, hay
quien cree que éste iría a parar al vicepresidente José Ciscar, “quien podría compatibilizarlo con su puesto en el
Consell, como hizo en su día José Luis
Olivas”. Otra hipótesis posible, para evitar la guerra cruzada entre los
pesos pesados del PP es que siguiese Antonio
Clemente, “aunque eso supondría una frustración para el Presidente, que
quiere a una persona de su confianza y que sea batalladora para encarar los
duros tiempos que se avecinan”, me dice alguien que conoce bien los entresijos
del partido.
En éstas está, pues,
el PP, pensando ya en la batalla electoral de 2015 cuando aún debe resolver los
graves problemas financieros de la Comunidad.
Pero lo mismo le
sucede al PSPV-PSOE, donde al menos tres nombres se han postulado como
candidatos presidenciales de aquí a tres años: Ximo Puig, secretario general, Francesc
Romeu, portavoz de la Ejecutiva, y Manuel
Mata. Por otra parte, los afines a Jorge
Alarte, convencidos de que en 2015 el PP perderá las elecciones, pretenden rentabilizar
su cuota de poder dentro de la organización.
Ya ven cómo está el
patio.
Si los políticos
pusiesen tanto empeño en solucionar nuestros problemas como parecen ponerlo en
resolver sus propias cuitas, otro gallo nos cantaría.
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