jueves, 31 de mayo de 2012

Cataluña y Escocia



Estoy en Escocia, donde aparte del inglés apenas si se habla el gaélico escocés. Y es que una cosa es la oficialidad y otra muy distinta la realidad. También el gaélico y el maltés son dos de las 23 lenguas oficiales de la UE y, sin embargo, las cabinas de interpretación de esos idiomas están vacías en el Parlamento Europeo ante la inutilidad de la traducción simultánea a dichas lenguas.

Debido seguramente a esa inconcreción lingüística no parece que Escocia vaya segregarse del Reino Unido en el referéndum del próximo otoño. Eso, a pesar de que la región ha tenido una larga historia como país independiente, en constante beligerancia con su vecina Inglaterra.

Es justo lo contrario de lo que sucede en Cataluña, que nunca ha tenido una andadura como nación específica, sino dentro de uno u otro de los reinos de España, pero donde el sentimiento independentista crece día a día.

La razón de esta tendencia separatista la halla un amigo filólogo en la lengua: “La patria es el idioma”, me dice, “y cuando se impone un idioma diferente se crea una sentimentalidad distinta y la necesidad de una organización política propia”. “Por eso”, añade, “no hay tensiones secesionistas en EEUU, pese a las diferencias entre Hawaii y Texas o entre Alaska y Florida”.

Cataluña, en cambio, puede llegar a ser más independentista que Escocia gracias al monolingüismo catalán. Se entiende así la política educativa de la Generalitat, la falta de recortes en TV-3 y las multas por rotular en castellano.

Si la patria es el idioma, la ausencia de la lengua española llevará, más pronto que tarde, ya sea ello justo o no, a la independencia de Cataluña.

Al tiempo.


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