sábado, 7 de abril de 2012

¿Qué puede hacer Paco Camps?

Si desapareciesen de golpe todos los consejos, sindicaturas y demás organismos públicos que acomodan a nuestros ex políticos, la mayoría de ellos se quedaría en el paro.

No hay más que ver el currículum de los diputados en Las Corts para saber que son muchos los que jamás han tenido actividad alguna en la esfera privada. Iniciados en la vida pública en las juventudes de su partido respectivo, llevan camino de jubilarse sin saber cómo es la vida real.

Hay notables excepciones, por supuesto, en políticos de uno y otro signo. En la legislatura pasada, el socialista Manolo Mata compaginó su escaño con su brillante actividad como abogado y, en la actual, la popular Alicia de Miguel hace lo propio con su labor como hematóloga.

Son excepciones, claro, porque lo habitual es justamente lo contrario. Es más: en poblaciones donde alcaldes y concejales deberían ejercer a tiempo parcial como dedicación altruista al municipio, se ponen unos sueldos que jamás alcanzarían por sus propios méritos.

Para ilustrar este estado de cosas, pongo el ejemplo de un político de otra Comunidad, el cual lleva más de treinta años en cargos sucesivos. “Lo último que le han nombrado —me dice, muy crítico, un conmilitón suyo— es miembro del tribunal de Cuentas, cuando el hombre no sabe ni sumar ni restar”. Y añade: “Durante un año que se quedó sin cargo, lo hicieron liberado sindical de no sé qué para que el tío siguiese cobrando”.

Éste no es el caso, por supuesto, de Francisco Camps, con habilidades más que demostradas. Sin embargo, del apego a la vida política demostrado en su reciente entrevista con la revista Telva ha surgido la duda: ¿es lo suyo una auténtica vocación?, ¿o se expresa así por necesidad?

No resuelve la cuestión su hipotético rechazo a un puesto en la firma Iberdrola. La empresa de Sánchez Galán, contaminada por su diaria relación con los políticos, suele darles cobijo, como ha hecho con el presidente de Bancaixa, José Luis Olivas, nombrado consejero de esa compañía eléctrica. Y no digamos nada de Telefónica: en ella caben lo mismo políticos socialistas, como Javier de Paz, que populares, como Eduardo Zaplana, pasando, claro está, por el inefable Iñaki Urdangarín.

Tan sospechosas resultan por ello sus contrataciones que se ha organizado un pequeño lío con el fichaje por la compañía de César Alierta de alguien tan cualificado como José Iván Rosa, todo por el simple hecho de ser marido de la vicepresidente Soraya Sáenz de Santamaría.

Tampoco cabe dudar, por consiguiente, de las cualidades profesionales de Francisco Camps. Menos, por supuesto, que de las de Rodríguez Zapatero, que cobra hoy día 60.000 euros por conferencia. Por lo mismo, habría que aconsejarle al ex presidente de la Generalitat que deje de amagar con su vuelta a la vida pública y que, si no se conforma con su actual estatus de ex y de bien remunerado miembro del Consell Consultiú, encamine sus pasos hacia la esfera privada.

Cada vez que se producen estos dimes y diretes, uno envidia a los políticos anglosajones, capaces todos de ganarse las alubias antes y después de entrar en la vida pública. Bastantes de ellos, además, suelen dedicarse a la política como un acto de servicio desinteresado tras haber solucionado su vida en el sector privado.

Justo, justo, lo contrario que aquí.

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