Un amigo mío confía en que el probable triunfo del
francés François Hollande permita
“doblegar a los mercados”, como si éstos fuesen unos tipos siniestros a los que
habría que enchironar.
Muchos
progres como él parecen ignorar que los mercados financieros existen porque hay
quienes necesitan dinero y le piden el suyo a quienes han sabido ahorrarlo. Lo
razonaba muy bien hace años otro socialista, Javier Solana, al explicar que los jubilados japoneses, por
ejemplo, buscan la mayor rentabilidad de sus ahorros mediante unos gigantescos
fondos que mueven los tipos de interés en un sentido u otro.
Claro
que si el Gobierno español —y el griego y el italiano y todos los demás— no
pidiese cada mañana dinero a los prestamistas ni habría mercados financieros ni
la madre que los parió.
Por eso, ignorar a los mercados —y, pero aun, intentar
“doblegarlos” — es un ejercicio tan inútil como oponerse a la ley de la
gravedad.
Lo que Hollande y otros bienintencionados congéneres
pretenden es seguir gastando como antes en una loca carrera que sólo conduce al
fin del estado de bienestar. ¿O es que los griegos vivirían mejor de no haber
logrado el rescate financiero internacional? ¿Acaso ellos y nosotros
seguiríamos disfrutando indefinidamente de unos beneficios sociales que no podemos
costear? ¿Y qué culpan tienen de nuestros dispendios los pobres pensionistas
japoneses y los pequeños ahorradores de Singapur o de Badajoz?
Así que no hay otra que atarse los machos. Lo que sí se
puede —y se debe— es pedir a Rajoy, Merkel y compañía que aten más corto a
quienes más lo merecen y no al revés. Todo lo demás sólo sirve para desviar la
atención de nuestro irresponsable derroche colectivo.
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