domingo, 22 de abril de 2012

Diputados "con decoro"

Como si no tuviesen nada mejor que hacer, Las Cortes Valencianas vigilarán desde el próximo Pleno el decoro en la vestimenta y en las actitudes de sus parlamentarios.

La norma, aprobada a instancias del presidente de la Cámara, Juan Cotino, va dirigida expresamente contra las camisetas de la representante de Compromís Mónica Oltra y los excesos de otros diputados de la oposición e invitados propensos a la algarada.

Aprobar una norma de ese tipo nos hace parecer como unos fachas o algo por el estilo”, me dice un diputado del PP, disconforme con la medida: “Para evitar los excesos bastaba con la reglamentación existente, sin necesidad de ofrecer carnaza a nuestros rivales”.

Su argumentación no va contra la necesidad de un correcto comportamiento parlamentario — “los que practican el desplante, la descalificación y el alboroto en el fondo no creen en la democracia y sustituyen su falta de votos con el exceso de gritos”, me explica—, sino contra la oportunidad de una norma concreta como ésta.

Es que las formas muchas veces son tan importantes como el fondo de cualquier cuestión. Los que tuvimos la oportunidad de conocer al presidente catalán Josep Tarradellas, defensor a ultranza del protocolo institucional y de la cortesía parlamentaria, le oímos decir más de una vez: “En política, cuando se pierden la urbanidad y las buenas maneras también se pierde la razón”.

Se puede pensar que aquellos tiempos, los de la Transición a la democracia, eran otros tiempos y que ahora no se puede limitar la “libertad de expresión”, como aducen los partidarios de hacer de su capa un sayo.

Pero precisamente en aquellos tiempos también se creía en la informalidad, como le ocurrió al socialista Manuel Marín, quien luego llegaría a presidente del Congreso. Comentaba en una ocasión su debut en Las Cortes siendo un joven profesor con atuendo progre. Su prestigioso correligionario Gregorio Peces Barba le interpeló: “¿Adónde va usted con esa facha? Cómprese enseguida ropa como Dios manda”. Y el compungido Marín volvió al rato, “tras reconocer que Gregorio tenía razón y haberme comprado mi primer traje con chaleco”.

Anécdotas aparte, aquí y ahora podremos comprobar muy pronto si con la aprobación de la norma Cotino no va a ser peor el remedio que la enfermedad y si la conculcación de la norma le va a dar nuevos réditos políticos a los diputados insumisos.

Con todo, el problema de verdad no es la vestimenta de los parlamentarios sino la quiebra de nuestra economía. El mes que viene, la Generalitat tiene que devolver más de 3.000 millones a las entidades financieras, además de afrontar los pagos atrasados a los proveedores de la Administración. Todo un problemón mientras arrecian los recortes en educación y en sanidad. Como dijo esta semana Alberto Fabra en la romería de la Santa Faz, “no hay dinero para garantizar el Estado de bienestar”.

Más dramático aun es el vaticinio de un economista amigo mío que prevé “la próxima intervención por parte del Estado de la comunidad de Murcia o la nuestra”. La explicación: “Las dos son de las más endeudadas y a ambas las administra el PP, con lo que no se podría criticar a Mariano Rajoy de sectario, a diferencia de lo que sucedería si interviniese a Cataluña o a Andalucía”.

Sin necesidad, pues, de que se cumpla predicción tan dramática, hay cosas más graves de qué preocuparse que de la vestimenta de Mónica Oltra y otros congéneres.

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