sábado, 29 de mayo de 2010

¡Que no nos falte de ná!

Cuando llegó a la presidencia, Rodríguez Zapatero debió pensar que tomaba posesión de los Estados Unidos y echó la casa por la ventana, regalando a propios y ajenos prestaciones, ayudas, beneficios y subvenciones a tutiplén. No fue el único: casi todos nuestros dirigentes autonómicos han viajado por el mundo abriendo delegaciones y promocionando su región como si fuese un Estado independiente de España.

Claro que los ciudadanos tenemos los políticos que nos merecemos. También nosotros nos hemos creído los más ricos del mundo y durante demasiado tiempo hemos simultaneado la hipoteca de dos casas, nos hemos hecho la liposucción a crédito y hemos pedido préstamos hasta para veranear en las islas Seychelles. O sea, que no podemos criticar a los demás por aquello que hemos practicado nosotros mismos.
Ahora, ya lo sabemos, ha venido Paco con las rebajas en forma de crisis económica, con su secuelas de desempleo, recorte de salarios, rebaja de prestaciones sociales y un largo etcétera de privaciones varias.
Pero, por supuesto, la cosa no afecta a todo el mundo por igual. Por ejemplo, ningún Parlamento, ya sea nacional o autonómico, ha reducido su plantilla ni recortado significativamente el sueldo de sus diputados. La situación tampoco ha repercutido, al parecer, en los altos ejecutivos empresariales, por mucho que algunas de sus compañías arrojen pérdidas espectaculares gracias a su nefasta gestión. Esta misma semana tenemos la contratación de José Mourinho como entrenador del Real Madrid por 10 millones de euros anuales. ¿Resulta comprensible semejante dispendio?
Lo paradójico es que muchos medios de comunicación no pueden criticar este estado de cosas ya que sus empresas son las primeras en practicar esa doble moral. Tenemos, por ejemplo, el caso de un grupo radiofónico que, mientras reduce sueldos y plantilla, lleva a Londres a todo un programa, con colaboradores incluidos, para cubrir desde allí las elecciones británicas. Otro hace lo propio desde la misma Expo de Shangai.

Y lo más penoso de todo lo que sucede es que nadie, absolutamente nadie, se rasga las vestiduras por ello.

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