sábado, 18 de febrero de 2012

En manos de Madrid

Por mucho que nos empeñemos, los valencianos no tenemos en nuestras manos la solución de los gravísimos problemas de deuda pública, déficit presupuestario, falta de financiación y desempleo galopante que nos afectan.
De hecho, nunca la hemos tenido. Ni siquiera en los tiempos en que Francisco Camps presumía de una gestión impecable y de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles.
¿De qué nos han servido, si no, los famosos planes de empleo cuando ahora tenemos un paro que ronda el 25% de la población activa? ¿Y de qué margen de maniobra han dispuesto nuestros sucesivos gobiernos autónomos cuando tienen comprometido por ley el 80% del presupuesto en ineludibles gastos sociales?
Por eso, Alberto Fabra y su conseller de Hacienda, José Antonio Vela, están entregados de pies y manos a Mariano Rajoy y a Cristóbal Montoro para que les resuelvan a corto plazo la situación generalizada de impago con créditos públicos y autorizaciones de deuda y, a largo plazo, con un modelo de financiación autonómica más generoso con la Comunidad.
Por esa dependencia del Gobierno de la nación, nuestros angustiados empresarios echan cada vez más en falta una adecuada interlocución con Madrid. ¿Dónde encontrarla, si carecemos de representantes significativos en la Administración central, si hemos perdido instrumentos financieros autóctonos y si el peso de nuestra economía en el conjunto de España cada vez es menor?
Por mor de la dichosa globalización, la dependencia de instituciones ajenas también le sucede al Gobierno de España: cada vez que Mariano Rajoy quiere dar un paso, debe explicárselo a cantidad de personas, desde Durao Barroso a Angela Merkel, pasando por Van Rompuy. A su vez, el ministro de Economía, Luis de Guindos, debe hacer lo propio con los inversores extranjeros, las agencias de calificación y otro montón de gente más.
La cadena de dependencias no acaba aquí. El propio Nicolas Sarkozy se enfrenta ahora a una difícil reelección presidencial precisamente por la implicación de Francia en las dificultades financieras de otros países, entre ellos España.
La interdependencia económica hoy día resulta tan global que, como en el famoso síndrome de China, el aleteo de una mariposa en un punto del planeta acaba afectando a sus antípodas. Es el caso, por ejemplo, de Sudáfrica, donde me encuentro estos días. Resulta que una economía saneada, como es la suya, se ha visto afectada por la disminución de sus exportaciones a una Europa en crisis. En consecuencia, se está viendo forzada a aumentar su penetración en el resto de países africanos.
Ya ven qué poca capacidad de autonomía tenemos unos y otros.
En el caso español, los más afortunados son aquéllos que, como Euskadi, poseen un concierto económico que les permite dar al Estado central las migajas de su recaudación fiscal y poder tener, por consiguiente, una enorme capacidad de decisión sobre su propio futuro.
Eso es lo que reclama para Cataluña Artur Mas, disfrazado en su caso de pacto fiscal, pero también es lo que con hiriente y precisa ironía califica Rosa Díez como la existencia en España de un paraíso fiscal, al tiempo que criticamos que existan esos agujeros negros económicos en las Bahamas o en las Islas Caimán.
Así, pues, mientras no se arregle la situación económica global tampoco se solucionarán nuestros problemas. Lo peor, en nuestro caso, no es tanto eso como el haber sido engañados con que ésta era una Arcadia feliz y que cualquier crítica era obra de envidiosos, resentidos o traidores.

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