Los
españoles creen que la mayoría de los nuestros políticos son incompetentes o
corruptos. Y no les falta razón. Su inconsciencia les ha llevado a unos, por
ejemplo, a exigir la independencia de Cataluña, y a otros, a que se haya
llegado hasta allí sin haberse dado cuenta de ello.
Pero
nuestros políticos no son más tontos que los demás. Véase, si no, a una Unión
Europea ingenuamente sorprendida de que Ucrania esté al borde de costarnos una
guerra que no previó ni por un segundo.
Se
trata de la misma Europa Occidental que creó en Kosovo un país artificial y
subsidiado, paraíso de mafias y de desempleados. O que apoyó en Egipto una
revolución que llevó a las Hermanos Musulmanes al poder, que ha conseguido en
Libia el caos absoluto tras Gadafi o
la perpetua guerra civil en Siria, con unos terroristas apoyando a Al Assad y otros combatiéndole: ¡menuda
Cruzada!
Pero
la ignorancia de los políticos europeos no es mayor que la de los
norteamericanos, con un George Bush
que en su momento agitó el avispero del Irak hasta hacerlo invivible en la
actualidad. Tampoco puede presumir de más talento que él un Obama del que se ríe hasta Putin, o un Clinton que en su día pasó más tiempo negando sus obvias relaciones
sexuales con Monica Lewinsky que gobernando
al país.
Esta
mayúscula ignorancia de los políticos no creamos que es de ahora mismo, como
quien dice, y que sus predecesores sí que eran inteligentes. ¿De qué podría
presumir el británico Chamberlain,
quien creía haber logrado la paz con Hitler
al haberse doblegado a su apetito expansionista? ¿O Roosevelt, a quien los japoneses le bombardearon toda su Armada
mientras dormía?
Unos
y otros, los de aquí y los de allí, los de ahora o los de antes, los políticos
parecen enterarse de lo que sucede más tarde y peor que los ciudadanos a
quienes dicen representar. Como explicaba irónicamente el personaje de una
película, “los políticos son unos tipos que no tienen nada que hacer, pero que
tampoco saben cómo demonios hacerlo”.
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