El
nacionalismo (los nacionalismos) ha causado hasta ahora dos guerras mundiales.
Para evitar una tercera, se han creado dudosas aunque bienintencionadas
organizaciones internacionales, desde la ONU hasta la Unión Europea.
Lo
paradójico es que el mundo no está más unido que antes: al acabar la Segunda
Guerra, había unos 90 Estados; ahora, nos acercamos a los 200. Y subiendo, a
tenor de movimientos como los de Escocia, Cataluña y muchos más. ¿Hemos
disminuido, por consiguiente, el riesgo de conflictos que queríamos evitar?
Lo
de Ucrania es el último suceso inquietante de este tenor, pero los hay a
mansalva, desde Siria o Irak hasta Chechenia y, dentro de poco, con alguna
probabilidad, la inmensa China. De Europa, no hablemos, tras haber visto la
fragmentación de Yugoslavia en siete países diferentes o la proliferación de
Estados bálticos y caucásicos.
La
exaltación del nacionalismo no sólo no es reprimida sino que se la promueve
constantemente. El mayor ejemplo lo aportan las competiciones deportivas, con
la exhibición de banderas y símbolos nacionales.
Hay
quien dice que es mejor que las naciones se enfrenten en los estadios que en
los campos de batalla. Por supuesto. Pero, ¿por qué tienen que enfrentarse las
naciones y no los deportistas a pelo, al margen de organización política
alguna?
La
prueba de que el deporte se instrumentaliza políticamente la aporta cualquier
territorio aspirante a país, que busca ser representado en el COI o en la UEFA,
como ha hecho recientemente Gibraltar.
Otro
ejemplo lo ofreció la pobre España, cuando hace unos años sus deportistas mostraban
sus desconocidas banderas autonómicas, en una propaganda centrífuga de los
regionalismos contra el Estado.
En
vez de esas constantes y casi obligadas exhibiciones políticas, sería
maravilloso, insisto, que en los Juegos Olímpicos, por ejemplo, compitiesen los
mejores atletas a nivel individual, sin limitaciones nacionales, y en las
pruebas de equipo lo hiciesen encuadrándose al margen de las divisiones
territoriales existentes.
Probablemente,
unos Juegos de este tipo tendrían menos repercusión mediática y generarían
menos dinero. Ya. Pero no olvidemos que el dinero, de una u otra forma, está
detrás de todas las guerras que en el mundo ha habido. Y de las que habrá.
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