jueves, 27 de febrero de 2014

Qué energía queremos



Estamos hasta las narices, y con razón, del elevado precio de la energía. Pero no parecemos dispuestos a racionalizar ni su producción ni su consumo.
Queremos mucha energía y, además, barata, para seguir con el aire acondicionado a tope, con todos los electrodomésticos puestos a la vez y dejando encendida la luz en habitaciones en las que ya no estamos.
Todo esto se debe, seguramente, a nuestra dichosa manera de ser, a nuestra idiosincrasia, que se decía antes, propia de gente amante de sus derechos pero reacia a cumplir obligación alguna.
Por eso mismo, porque creemos en los derechos medioambientales y defendemos la salud colectiva, somos contrarios a las centrales nucleares, a diferencia de otros países que carecen, como nosotros, de reservas de hidrocarburos.
También nos oponemos, con la mejor intención, a la fracturación hidráulica o fracking, con la que extraer agresivamente gas y petróleo del subsuelo. Incluso nos negamos siquiera a saber si hay dichos combustibles en la costa mediterránea, a fin de no perjudicar así a sus playas, a sus turistas y a su fauna marina.
Esa actitud conservacionista está requetebién. Tanto, que para mantenerla hemos subvencionado una minería de carbón obsoleta y unas energías renovables que han costado más de lo que producían.
Fíjense que no estoy contra nada de todo esto. Al contrario; sólo pretendo que seamos conscientes del coste de semejante actitud o de que, si no, reduzcamos drásticamente el consumo energético y no malgastemos nuestros escasos recursos como niños malcriados.     
 Esto, al final, se traduce en que haya un debate nacional sobre qué energía queremos, a qué coste y de qué estamos dispuestos a prescindir para lograrlo. Todo lo demás es continuar mareando la perdiz, pagando, además, un riñón por tan inútil mareo.

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