lunes, 26 de agosto de 2013

El tsunami ha empezado ya



Mariano Rajoy y Pérez Rubalcaba han levantado ya las toallas de su pacífico veraneo, sin saber que en lontananza, aún no visible, ha comenzado un tsunami que acabará con ellos y con toda la clase política surgida de la Transición Democrática.
La alegría suicida del jefe de Gobierno se debe al aumento del turismo y las exportaciones, producto de la debilidad de nuestra economía, y de una prima de riesgo que ronda los 260 puntos y que aleja el fantasma de una intervención de la Troika.
¿Pero se puede ser feliz, como presume el ministro De Guindos, con un paro del 27,1% de la población? ¿Con un descrédito absoluto de los políticos y de las instituciones que encarnan? ¿Con el expolio sistemático de las cuentas públicas por parte de Luis Bárcenas y, probablemente del propio PP? ¿Con el más que probable incumplimiento del déficit público de las Comunidades Autónomas, algunas de ellas en quiebra técnica, como la Comunidad Valenciana?
Ninguna de estas cuestiones pueden ser motivo de alegría para el PSOE, pringado él mismo, en iguales o peores casos de corrupción, dirigiendo Comunidades Autónomas que no funcionan, siendo más que responsable en la inestabilidad territorial de España con casos como el de Cataluña, etcétera, etcétera.
El tsunami que se avecina acabará con todos, enfrascados una vez más en echarse los trastos de la última Ley de Educación mientras que nuestros jóvenes no encuentran empleo. Y no decimos aquello tan manido de que “Dios les coja confesados”, porque no se han enterado. Como le sucede también a la Casa Real, donde la popularidad del Rey ha caído un 50%, frente al 62% del príncipe Felipe, mientras el rey Juan Carlos I se aferra a la Corona aun al precio de cargarse la Monarquía con la ayuda meritoria del inefable Iñaki Urdangarin.
Ellos solos se han buscado el desastre que les viene encima. Lo único que cabe esperar —y desear--  es que el pueblo español, harto de tanto político de pacotilla, tenga la entereza social, política y patriótica de alterar este estado de cosas sin llevarnos a un estadio peor que el actual.
                                                                      

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