Tiene
razón Pérez Rubalcaba al afirmar que
Mariano Rajoy está sentado sobre
tres volcanes, uno de los cuales se llama Cataluña. Pero ni él ni el presidente
del Gobierno parecen conscientes de que este último volcán ya ha entrado en
erupción y que la lava del independentismo corre aceleradamente hacia la
devastación de todo su entorno.
La
abrupta aparición de este tipo de fenómenos impensables e improbables hace muy
poco tiempo es lo que el pensador Nassim
Taleb llama un Cisne Negro, es
decir, un acontecimiento no previsto, que va incluso contra la lógica
estadística de lo que era previsible, pero que, en todo caso, termina por
suceder.
En
relación con ello, recuerdo mi conversación con una colega croata en la
redacción del periódico Vecernji List,
en Zagreb, en el verano de 1990. Le plateaba yo la posibilidad de un inminente
conflicto con Serbia y la desintegración total de Yugoslavia: “¡Imposible! —me decía ella—. ¡Con lo bien que
vivimos todos juntos sería una tontería hacerlo!”
Ya
ven. En poco tiempo, la Yugoslavia que dejó Tito se llegó a fragmentar en siete países diferentes, antagónicos
entre sí algunos de ellos.
Esa
balcanización —por usar un término que ha hecho fortuna— no resulta, pues,
imposible en el caso de España.
Hablando
de Cataluña, hasta los analistas más lúcidos y menos infectados de
emocionalidad en sus conclusiones, como el gran periodista Xavier Vidal-Folch, admiten como escenario más probable y verosímil
“el choque de trenes entre dos
nacionalismos inversos”, el catalán y el español.
Por esa
misma eventualidad, uno da por descontada la inevitable e irreversible —también
indeseable— secesión de Cataluña del resto de España. Dicho suceso, por
supuesto, inicialmente será perjudicial para todos sus protagonistas, para unos
más que para otros, y llevará a una probable disgregación del conjunto del
país, al modo de la Rusia post-soviética, al haber perdido el eje vertebrador
que supone hoy día Cataluña.
Si
esta hipótesis llega a suceder, el no haberla previsto antes, el haberla
alentado incluso por ignorancia, incompetencia o cobardía, quedará para siempre
como estigma de la clase política actual, una de las más egoístas, torpes y
banales de la reciente —y a veces atormentada— historia de España.
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