Ya verán cómo a Londres no le van a salir las cuentas de
sus juegos olímpicos. Si no, al tiempo.
Es que semejante acontecimiento deportivo cuesta un
riñón. Así, la ciudad canadiense de Montreal ha estado pagando hasta hace poco
las deudas de sus juegos de 1976. Una ruina.
A Pekín, claro, le dio lo mismo endeudarse hasta las
cejas hace cuatro años. Es lo que tienen las dictaduras. Además, con una
población de 1.300 millones toca a muy poco por habitante. No le ocurrió lo
mismo a Seúl, en 1988, o a Sidney, en 2004, que aún siguen haciendo números.
El rendimiento de unos juegos olímpicos radica en el
grado de conocimiento y notoriedad que otorgan a una ciudad. Ése fue el gran
éxito de Barcelona en 1992. Antes de aquella fecha no la conocía nadie y
después de ella recibe turistas a gogó de todo el mundo. Además, gracias a los
juegos consiguió una porrada de inversiones que modificaron definitivamente su
fisonomía urbana.
Aquélla, también, era una época de vacas gordas, lo que
no sucede en el caso actual de Madrid, con inversiones recientes aún por pagar
y con un nivel de turismo que no mejorarían unos juegos olímpicos. Es lo que le
ha pasado a Londres, donde miles de turistas han dejado de acudir este verano
precisamente por el agobio olímpico.
Por eso sería una tragedia económica que se le
concediesen los juegos del 2020 a Madrid. Hay ciudades a las que éstos no
favorecen, por culpa de su propia inanidad turística, como Atlanta, en 1996, y
otras en las que son absolutamente prescindibles, dada su notoriedad previa,
como Atenas, en 2000.
Así, pues, seamos sensatos y no metamos la pata con
Madrid.
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