lunes, 22 de agosto de 2011

Europa,... ¿qué Europa?

Los salmantinos, todo el mundo lo sabe, andan a la greña con los de Valladolid por los aeropuertos y por las fechas de las fiestas patronales, por los museos y hasta por la capitalidad de la lengua. A otra escala, en España también colisionan muchas veces los intereses de catalanes y valencianos, de andaluces y extremeños...


Si estos desencuentros se producen en la limitada piel de toro, ¿qué antagonismos no sucederán en una Europa con 500 millones de habitantes y 23 lenguas oficiales diferentes?


Por ello no son de extrañar todas las discusiones sobre el futuro de Europa, de su economía y de su moneda.


En época de vacas gordas, estos temas ni se planteaban, ocupado como estaba todo el mundo en ganar dinero. Los países menos desarrollados de entonces, como España, se beneficiaban de unas ayudas comunitarias que llegaban al 1% del PIB. ¡Casi nada! Y los ricos de entonces —y de ahora— como Alemania, exportaban más productos gracias al dinero que nos habían inyectado. Todos, pues, tan contentos.


¡Ay!, pero han llegado las vacas flacas y donde antes había harina ahora todo es mohína: unos, endeudados hasta las cejas, tenemos que devolver un dinero que no tenemos; otros, que han estado soltando la pasta, están hartos de hacerlo, ya que nuestro empobrecimiento también acaba por perjudicarlos.


En esta parálisis andamos. Ante ella solo caben dos caminos antagónicos: o desandar todo lo andado o dejarnos de puñetas y dar un salto hacia adelante.


En la primera hipótesis, cada país iría a su propio ritmo, con su propia moneda y su posibilidad de devaluarla y con su propia política económica. En la segunda, como proponen Merkel y Sarkozy, hay que ir hacía una unión más efectiva, cediendo eso tan caro a todos los países llamado la soberanía nacional.


Ya. ¿Pero cómo se come eso? No hay receta posible para ello. En su día, países como Noruega se negaron a ser parte de la UE. Otros, como Gran Bretaña y Suecia, a pertenecer al euro. Finalmente, Holanda y Francia no aceptaron la modesta Constitución europea que redactó Giscard d'Estaing y desde entonces hemos ido hacia atrás: agricultores franceses atacan hoy día a camiones españoles, Dinamarca restablece controles fronterizos, España veta la entrada de rumanos...


¿Y con este panorama de legítimos egoísmos nacionales vamos a hacer más Europa? ¿En este ambiente vamos a modificar nuestras respectivas constituciones nacionales?


Eso no se lo cree ni siquiera alguien del insensato optimismo de Rodríguez Zapatero.




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