domingo, 7 de agosto de 2011

El poder en el PP


Desde el rocambolesco cese de Ricardo Costa hace 22 meses —sí, no...¡sí!—, los altos cargos del PP viven en permanente estado de estupor. Su último motivo de pasmo fue la inesperada y eutrapélica dimisión de Francisco Camps.

¿Quién ha rellenado tanto vacío de poder? ¿Lo ha logrado ya Alberto Fabra?

Aun no, por supuesto, aunque el designio de Mariano Rajoy es que el nuevo presidente autonómico lo sea no solo para ésta, sino para varias legislaturas más. Y es que hacerse con las riendas de un partido tan grande y tan complejo como el PP de la Comunidad, que ha sufrido tantas peripecias y que aún tiene por resolver embrollos judiciales que van desde Carlos Fabra a José Joaquín Ripoll y Sonia Castedo, no es moco de pavo.

Un detalle, mínimo si se quiere, que muestra la bisoñez en el cargo de Alberto Fabra, ha sido su ausencia y la de cualquier conseller en el funeral por el hijo de Eduardo Zaplana. La sola presencia del secretario del partido, Antonio Clemente, ha servido, si cabe, para evidenciar aun más esa carencia.

Mientras fragua, pues, el nuevo poder autonómico del actual presidente, ¿quiénes ahorman hoy día el PP de la Comunidad?

De las tres personas metidas en harina, una lo hace con mando a distancia, por petición expresa de Rajoy, el cual ha delegado en él la vigilancia del proceso valenciano: Esteban González Pons. Así se explica que haya sido el único dirigente nacional en dejarse caer por Valencia cuando la investidura de Alberto Fabra.

Las otras dos personas coinciden, al igual que González Pons, en haber sido buenos amigos y fieles colaboradores de Camps hasta que éste arrogantemente los defraudó y les dio de lado cuando más los necesitaba: Alfonso Rus y Rafael Blasco.

Estos dos últimos, además de su buena sintonía entre ellos, son los que están tejiendo una sólida red de apoyo al presidente.

El de Xátiva, que es el barón de más peso, con mucho, en el partido, ha puesto toda su estructura provincial al servicio de Alberto Fabra. Y éste no solo se lo agradece, sino que ha seguido su consejo de prescindir de la guardia de corps del anterior inquilino del Palau: Nuria Romeral, Pablo Landecho y Henar Molinero.

Rafael Blasco, por su parte, ha sabido motivar a los diputados autonómicos, quienes, como rebaño sin pastor, han dado repetidas muestras de desconcierto y de orfandad política. Su último invento: que los parlamentarios del PP den la cara una vez por semana ante los electores de su comarca y lograr así una mayor implicación de unos y de otros en el proyecto del partido.

Con ese tridente a su servicio, Fabra puede revertir la reciente desgana de unos militantes desnortados ante el errático rumbo de Camps y afianzar así su poder personal y el del PP en la Comunidad.

Los últimos acontecimientos, además, han convencido a la dirección nacional del partido de que Rita Barberá ha acotado para siempre su papel al ámbito municipal de Valencia, excluidas otras veleidades, y de que Juan Cotino, el último de los pesos pesados de la formación popular, ha influido negativamente en Camps, siendo responsable de algunos de sus mayores errores políticos.

Ésa es, a fecha de hoy, la radiografía del PPCV. Claro que, en política, las certezas de hoy alimentan los impredecibles cambios de mañana: que se lo pregunten si no a un Francisco Camps que hace solo dos meses se las prometía muy felices y para largo rato al frente del Consell.

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