viernes, 25 de diciembre de 2009

¿Libertad de expresión?

Gracias a la apabullante moda de lo políticamente correcto, ya no podemos decir lo que queramos.
Un tribunal de Estados Unidos acaba de ordenar a una anciana que quite el irónico cartel de su jardín que ponía: “Nuestro perro se alimenta de Testigos de Jehová”. De nada le ha servido a la mujer argumentar que se trataba de una broma con la que disuadir a vendedores y predicadores a domicilio. El letrero que plantó su difunto marido hace treinta años ya ha sido retirado.
Menos bromas, pues. Cuando yo vivía en Nueva York, un locutor de TV pretendió razonar de forma elogiosa el predominio de los negros en algunas disciplinas deportivas. Ni así. Su comentario fue considerado de tipo racista y el hombre perdió el empleo.
¿Qué pasará en España cuando aquí empecemos a hilar tan fino? Pues que se proscribirá hasta el diccionario de la lengua, si me apuran. Asociaciones gitanas ya han pedido que se modifiquen alusiones claramente despectivas hacia su raza, como la de gitanada para referirse a “adulación, chiste, caricias y engaños con que suele conseguirse lo que se desea”. En nuestros diccionarios no resultan mejor parados los judíos: según el de María Moliner, una “acción mal intencionada o injusta contra alguien” es, simplemente, una judiada.
Todos quedamos como un pingo en el diccionario de la RAE, hasta los de mi tierra, ya que una vizcainada consiste en “palabras o expresiones mal concertadas”. Para que luego digan. ¿Y qué pasa con los modismos y expresiones de nuestra rica tradición popular? Pues que ya no podrá afirmarse de nadie que trabaja como un negro o que le engañan como a un chino. Ni que se trata de algún obstáculo que no se lo salta un gitano ni que debamos estar al tanto porque hay moros en la costa.
¿Lo ven? Pues peor aun es lo del refranero clásico, que se burla de quienes presumen de valor cuando ya no hay riesgo, con aquello de a moro muerto, gran lanzada. O esa otra infamia lingüística que se explica por sí sola de judío ni puerco no metas en tu huerto.
Una historia tan plagada de desencuentros y conflictos como la nuestra no sólo ha acumulado dicterios contra razas, religiones o grupos sociales. Nadie sale bien parado en el refranero: ni hombres ni mujeres, ni vírgenes ni putas, ni jóvenes ni viejos. Porque ya me dirán que no tiene mala leche lo del viejo que casa con niña, uno cuida la cepa y otro la vendimia. O aquel otro de viejo que con moza se casa, de cornudo no escapa. Y que conste que he sido piadoso al elegirlos, porque los hay muchísimo peores.
Ya ven, pues, que debemos andar con tiento a la hora de hablar. Como para presumir tontamente de libertad de expresión. Si no te demandan los Testigos de Jehová, como en el letrero aquel de marras, será cualquier otro colectivo, entidad o agrupación. Así que, dados los delicados tiempos que corren, voy a aplicarme a partir de ahora un conocido dicho popular: “En boca cerrada no entran moscas”. Pues eso.

1 comentario:

  1. Gran artículo. Muy de acuerdo. Si lo lee Arturo Pérez-Reverte le encantará.
    Mucho ánimo, amigo.

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