No
conozco ningún independentista catalán al que le hayan convencido los
argumentos parlamentarios de Mariano
Rajoy, Pérez Rubalcaba o Rosa Díez. O sea, que estamos donde
estábamos.
Los
que se autoengañan con la abrumadora votación de Las Cortes recuerdan que lo
mismo le pasó al Plan Ibarretxe, cuyo fracaso le llevó al
ostracismo político a su patrocinador. Se equivocan de medio a medio, porque el
Estado asociado que proponía el
entonces lehendakari era una creación
personal, que contaba con la oposición de gran parte del propio PNV. En cambio,
el independentismo catalán actual viene avalado por una amplia, activa y
beligerante mayoría social.
Hace
35 años, apenas si había un dos por ciento de separatistas en Cataluña; hoy
rondan el 60%. ¿Qué ha pasado?: que se les ha dado barra libre para monopolizar
la escuela, los medios de comunicación, el mundo editorial… y recrear así un
pasado mítico independentista y la promesa de una Arcadia feliz, libre de la opresión española. ¿A quién no le agrada
tan bucólico panorama?
Era
en aquel tiempo pasado cuando podía haberse puesto coto fácilmente a tanta
falsedad y a tanto engaño. Ahora ya resulta imposible. Cuando, en octubre de
1934, Lluís Companys proclamó el Estat Català, no había tantos
secesionistas como ahora y la República sofocó por las armas en un plis-plas aquella
proclama. ¿Quién se atrevería a hacer ahora algo semejante? Nadie, por
supuesto.
Por
esa razón, desde hace varios años vengo argumentando, ante la incomprensión de
la mayoría de mis amigos, que la independencia de Cataluña es un hecho
inevitable e irreversible, con gravísimas y definitivas consecuencias para el
resto de España.
La
única instancia que podría frenar tanto desafuero no son Las Cortes Españolas —que
los independentistas se las pasan por el arco de triunfo— sino esa Unión
Europea que bien que osa inmiscuirse en Ucrania, continuar alimentando una
insólita guerra civil en Siria o haber propiciado la ingobernable Libia post-Gadafi actual.
Si
la UE no es capaz de percibir que la fractura de la España actual sería el
inicio de su propia desmembración y de la fragmentación suicida de Europa, puede
acabar sufriendo también el final de su propia utopía integradora, solidaria y
pacifista. Si no, al tiempo.
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