jueves, 10 de abril de 2014

Cataluña o la hora de Europa



No conozco ningún independentista catalán al que le hayan convencido los argumentos parlamentarios de Mariano Rajoy, Pérez Rubalcaba o Rosa Díez. O sea, que estamos donde estábamos.
Los que se autoengañan con la abrumadora votación de Las Cortes recuerdan que lo mismo le pasó al Plan Ibarretxe, cuyo fracaso le llevó al ostracismo político a su patrocinador. Se equivocan de medio a medio, porque el Estado asociado que proponía el entonces lehendakari era una creación personal, que contaba con la oposición de gran parte del propio PNV. En cambio, el independentismo catalán actual viene avalado por una amplia, activa y beligerante mayoría social.
Hace 35 años, apenas si había un dos por ciento de separatistas en Cataluña; hoy rondan el 60%. ¿Qué ha pasado?: que se les ha dado barra libre para monopolizar la escuela, los medios de comunicación, el mundo editorial… y recrear así un pasado mítico independentista y la promesa de una Arcadia feliz, libre de la opresión española. ¿A quién no le agrada tan bucólico panorama?
Era en aquel tiempo pasado cuando podía haberse puesto coto fácilmente a tanta falsedad y a tanto engaño. Ahora ya resulta imposible. Cuando, en octubre de 1934, Lluís Companys proclamó el Estat Català, no había tantos secesionistas como ahora y la República sofocó por las armas en un plis-plas aquella proclama. ¿Quién se atrevería a hacer ahora algo semejante? Nadie, por supuesto.
Por esa razón, desde hace varios años vengo argumentando, ante la incomprensión de la mayoría de mis amigos, que la independencia de Cataluña es un hecho inevitable e irreversible, con gravísimas y definitivas consecuencias para el resto de España.
La única instancia que podría frenar tanto desafuero no son Las Cortes Españolas —que los independentistas se las pasan por el arco de triunfo— sino esa Unión Europea que bien que osa inmiscuirse en Ucrania, continuar alimentando una insólita guerra civil en Siria o haber propiciado la ingobernable Libia post-Gadafi actual.
Si la UE no es capaz de percibir que la fractura de la España actual sería el inicio de su propia desmembración y de la fragmentación suicida de Europa, puede acabar sufriendo también el final de su propia utopía integradora, solidaria y pacifista. Si no, al tiempo. 

 

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