La
corrupción y —consiguientemente— los políticos vuelven a estar entre las
principales preocupaciones de los españoles.
Lo
peor, para mí, no es eso, sino que nuestros políticos son cada vez más tontos y
están menos preparados. Me explicaré.
La
clase política ha estado compuesta, hasta hace poco, por unos individuos
arrogantes y prepotentes, que han usado muchas veces los dineros públicos como
si fuesen suyos. Pero ahora, con la mala fama que han adquirido y con la
incipiente perdida de inmunidad de sus conductas —hasta resultan acosados en la calle a la
primera de cambio—, los más preparados de ellos se pasan a la actividad
privada.
No
es de extrañar porque, contrariamente a lo que se cree, los políticos cobran
poco: de ahí su tentación de enriquecerse con contratas administrativas y otras
triquiñuelas varias que propicia su acceso a los Presupuestos públicos. Ya me
dirán, si no: ¿acaso son un buen sueldo los 70.000 euros anuales que percibe el
Presidente del Gobierno? Al contrario: acaba de hacerse público que más de cien
banqueros españoles cobran al menos un millón de euros por hacer las
barrabasadas que hacen. Ante semejante contradicción, los políticos más listos,
insisto, acaban pasando a la empresa privada. Y no doy nombres porque están en
la mente de todos.
O
sea, que al frente de la cosa pública quedan, lamentablemente, los más tontos,
que se aferran además a su cargo como si les fuese —que les va— la vida en
ello.
De
ahí que no prospere la necesaria —y económica— fusión de municipios. Y que en los
dos únicos pueblos en que se ha realizado el alcalde resultante se haya doblado
el sueldo. Puestos a cobrar por su cargo, se ha sabido que lo hace hasta la
alcaldesa de un pueblecito salmantino de cincuenta y tantos vecinos.
A
eso mismo se debe la numantina resistencia a reducir el número de diputados
autonómicos o a suprimir las diputaciones. El argumento de que a menos cargos
hay menos democracia es un sarcasmo que habla por sí solo de la capacidad
intelectual de quienes lo formulan. Su caso es como el de aquel candidato a
presidente de los Estados Unidos que, apartado de la carrera presidencial,
decía en una película: “¿Y ahora a qué me dedicaré, porque yo no sé hacer nada
de nada?”.
Pues
eso.
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