domingo, 7 de abril de 2013

Saber protestar



Veo por internet la protesta en topless de unas feministas que defienden los derechos de las mujeres árabes. Pues bien: creo que la exhibición de sus pechos obedece más a darse el gustazo de hacerlo que a favorecer a las pobres islamistas oprimidas.
         La suya es una acción contraproducente, ya que imagino a los rijosos fundamentalistas coránicos diciendo: “¿Veis adónde pueden llegar nuestras mujeres si tenemos con ellas manga ancha? En vez de eso, démosles más garrotazos y pongámosles más burkas para que no se desmadren”.
         Resulta que cada vez hay más casos de éstos, en los que el personal, en su acaloramiento, se dedica a escupir hacia arriba, con lo que sus salivazos acaban cayendo en su propio ojo, en vez de alcanzar al de su oponente, como era su intención.
         De alguna manera, eso sucedió hace bien poco en nuestro país con el bienintencionado movimiento de los indignados. Algo tan espontáneo y tan justificable, que debería haber puesto a nuestros políticos frente a sus contradicciones, acabó disolviéndose como un azucarillo en cuanto algunos aprovechados intentaron utilizarlo para sus fines partidistas.
         Ahora puede ocurrir lo mismo con otras acciones de agitación ciudadana, como la de stop desahucios. Su loable intención, que cuenta con indudable apoyo popular, está deslizándose hacia el acoso y la intimidación personal a los políticos, con lo que puede salirle el tiro por la culata: si ya resulta difícil de por sí que nuestros mandatarios pisen la calle, esta sañuda persecución puede llevar a que no les veamos el pelo y sean más inaccesibles y más hoscos que nunca.
         Y es que en las protestas, como en otros afanes de la vida, si no se sabe hacer bien, puede acabar siendo peor el remedio que la enfermedad.
           

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