lunes, 1 de abril de 2013

Cementerios de hormigón



         La crisis ha dejado un reguero de cementerios de hormigón por toda España, habitados sólo por los esqueletos de miles de construcciones inacabadas y sin esperanza de conclusión.
         Si se tratase tan solo de obras civiles, de urbanizaciones fantasmales, hoteles en chasis y pisos sin paredes ni remates, la cosa aún tendría un pase: allá con sus promotores, pillados en el riesgo de la libre empresa, que lo mismo los hace millonarios que los convierte en parias sociales.
           Lo peor es el dinero público invertido. Y dilapidado.
        A veces se ha aplicado a obras públicas menores, como el non nato centro de la Policía Local de Alicante o el de Interpretación de Parques Naturales de Orense. Pero también a muy mayores, como los quiméricos aeropuertos de Ciudad Real o Castellón, el Centro de Artes de Alcorcón o la Ciudad de la Cultura de Santiago.
        A este despropósito monumental —nunca mejor dicho— han contribuido todas las Administraciones públicas: locales, regionales y nacionales, con decenas y decenas de miles de millones que si se hubieran dedicado a inversiones productivas otro gallo nos cantaría.
         Algunas de esas obras —como el gaditano Puente de La Pepa o la ciudad de las Artes de Valencia— han acabado costando un 60% más de lo proyectado y otras vienen renqueando desde hace veinte años sin visos de finalización.
         Lo bueno del caso es que los políticos de turno se fotografiaron en su día poniendo las primeras piedras y presumieron de esos proyectos inconclusos para ganar elecciones.
¿Dónde están esos políticos? ¿Por qué no dan la cara y se fotografían ahora sonriendo al lado sus fantasmagóricos e inútiles proyectos?
En vez de los escraches indiscriminados que se han puesto de moda, es a ellos a quienes habría que pedir responsabilidades personales, tanto de índole económica como penal por su nefasta y estúpida gestión. Si se hiciese así, seguro que sus sucesores se tentarían la ropa muy mucho antes de fotografiarse con la primera paletada de una obra que saben que nunca se acabará.        

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