El
90 por ciento de los aspirantes a profesores en Madrid no han sido capaces de
responder correctamente a preguntas que se les exigen a alumnos de 12 años.
Para su tranquilidad, esos mismos alumnos también ignoran las respuestas. Así
que todos se mueven en el mismo nivel de incompetencia.
La
de los estudiantes se pone en evidencia periódicamente gracias a los informes
PISA, realizados a adolescentes de 57 países desarrollados. Los españoles no
solamente quedan en los últimos lugares, sino que de un informe a otro empeora
su puesto en el ranking. Los profesores, por suerte para ellos, no sufren estas
periódicas evaluaciones, que si no…
Visto
lo visto, no entiendo por qué se dice que nuestros jóvenes son los más
preparados de la Historia. Si acaso, resultan unos analfabetos con
conocimientos, eso sí, de informática e inglés. Aunque, claro, cuando hay que
conversar con finlandeses u holandeses, por poner por caso, nuestros chicos no
estén a su altura.
La
culpa no es suya, por supuesto. Tampoco de sus profesores, pobrecitos ellos: si
han sido malos alumnos, ¿cómo podrían convertirse en buenos docentes?
Los
culpables, como siempre, son nuestros políticos, quienes han hecho de la
enseñanza su particular campo de batalla ideológico, con la inestimable
colaboración de algunos sindicatos y asociaciones de padres. Para todos ellos,
lo importante no es el aprendizaje de los chicos, sino un adoctrinamiento que les
lleva que a cada cambio de Gobierno modifiquen los planes de estudios.
Para
colmo, a la hora de recortar gastos, ¿dónde mejor que en una enseñanza en la
que de verdad ninguno de ellos cree?
En
ello, más que en otras causas, radica el gran drama del paro de los jóvenes, ya
que ¿qué empleo pueden conseguir si no están suficientemente preparados para
él?
En
vez de hacer rimbombantes, costosos e ineficaces planes de empleo juvenil, más
valdría, por consiguiente, invertir en la enseñanza, sustraerla a la perenne guerra
de banderías ideológicas y dotarla del mejor profesorado posible. Así, a falta
de mayores logros inmediatos, al menos no habríamos perdido la esperanza.
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