sábado, 16 de enero de 2010

Sólo protestan los no perjudicados

Gente que en su vida ha pasado el control de un aeropuerto se queja de que los escaners y otros artilugios suponen un atentado contra su intimidad. En cambio, no conozco a nadie que viaje a Estados Unidos que prefiera una bomba en su vuelo al leve incordio del cacheo anterior a embarcar en el avión.
Y es que la protesta no supone la respuesta lógica a una agresión previa, sino un estado de ánimo y hasta una predisposición basada muchas veces en prejuicios ideológicos. Tenemos, por ejemplo, el caso del degradado barrio valenciano del Cabañal.
La mayoría de sus sufridos vecinos quieren que se abra al mar, se modernice y se restaure, antes que preservar la cochambre junto a algunos edificios marineros del siglo XIX. Gente ajena al barrio, por el contrario, hace de su conservación un casus belli para mellar así el prestigio de la alcaldesa Rita Barberá.
De hacer caso a tanto seudo progresista opuesto al progreso, aún seguiríamos con el arado romano y la carreta de bueyes. Aunque, eso sí, que a ellos no les priven de sus sneakers carísimos ni de la última versión del MP4.
Hace años hubo otro caso similar con el embalse de Riaño, que debió anegar algunos pueblos ante protestas masivas, con Imanol Arias como portaestandarte. Hoy día, se puede practicar en él la pesca y otros deportes náuticos, amén de la energía eléctrica que produce en un ecosistema protegido.
No sé cuál será la próxima protesta reivindicativa, pero me gustaría que, por una vez, fuese en pro del desarrollo, el bienestar y la mejora de las condiciones de vida de los afectados, aunque me temo muy mucho que tampoco sea así.

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